lunes, 29 de enero de 2018

Hoy, 30 de enero, poesía ...

La poesía es belleza, cierto; pero no sólo belleza estética, es una especie de medicina que destruye la frialdad del alma, la dureza... y recupera para quien la recibe la sensibilidad en toda su extensión. Un corazón que se vuelve a los sentimientos nobles es capaz de hacer mejor a la persona que lo lleva. Y muchos se siguen preguntando para qué sirve la poesía... Miguel Hernández sabía muy bien de esa magia que reside en el verso, por eso dio su vida por ella. Pero no a medias, sino en toda su intensidad y su carga emocional -y emocionada-. Nadie con un poco siquiera de humanidad es capaz de permanecer impasible ante los versos del poeta; nadie con alma puede ignorar su grandeza... nadie puede leer sus poemas sin un nudo en la voz. Desde el taller, aquí, nuestro homenaje, y viva siempre el verso total, la carne rasgada y el sentimiento sublime.

Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.

Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.

Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.

Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.

Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.

Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.

A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.

Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.

Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.

Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
resuelve mi alma de encina.

Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.

Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.

¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?

Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.

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