sábado, 19 de diciembre de 2015

Poesía ¿por qué? ¿para qué? (3ª y 4ª reuniones del taller)

Unimos aquí las dos últimas sesiones de nuestro taller de poesía, pues en ellas hemos tratado un mismo tema, tan difícil como extenso y maravilloso, que es la justificación de la escritura poética: ¿qué es lo que mueve a alguien a escribir? ¿Por qué poesía? ¿Por qué ese entusiasmo por la creación que produce miedo a la vez?
El amor por la poesía empieza, de forma mágica, por la lectura: Quevedo, Espronceda, Bécquer, Machado, Unamuno, García Lorca, Salinas, Luis Cernuda, Claudio Rodríguez … llegan a llenar los ojos primero, y el alma después, con sus versos. La lectura pulsa en el interior una especie de resorte capaz de trasladarnos a otro yo, que nos presenta una dimensión diferente -totalmente diferente- de cuanto somos. Nos hace ver que existe otra perspectiva de la existencia; no sólo de uno mismo, sino de todo cuanto nos circunda, pues, según se ahonda en esa belleza recogida en palabras, surge el enamoramiento. Sí, el amor por ella, por la poesía; y es tan expansivo ese sentimiento que eleva el yo más íntimo, hasta convertirse en una especie de lente que se interpone entre la realidad y aquel que lee. Y esto produce un vértigo estruendoso, porque sí, nos subimos a un tren del que no es posible bajarse, porque romper esa lente y devolverle al mundo la visión gris que tenía, sería profundamente desesperanzador, sería terrible. 
Y de la lectura surge la necesidad de ir más allá, porque ese yo en expansión no sólo desea verse reflejado en cuanto lee, sino que comienza a querer expresarse por sí mismo. Y surge la presencia redentora, reconfortante, profética, de la poesía. ¿Por qué poesía? indudablemente, si las lecturas son buenas -más arriba se mencionaron a algunos de los grandes-, el intento de imitación es natural. He aquí la importancia de la lectura; no se puede partir de la nada, necesitamos referentes que nos den la clave lírica del mundo, para luego poder hacer la interpretación personal del mismo; necesitamos un camino abierto que nos adentre en los confines del verso para luego buscar los horizontes propios y trazar cada uno la ruta hacia ellos como su interior le vaya dictando. ¿Cuál es esa ruta? ¿Qué es lo que distingue un poeta de otro? La voz, esa voz poética que hay que buscar por encima de todo, y que se encuentra cuando tomamos conciencia de que hemos dejado de imitar, de que nos hemos desvinculado de los brazos que nos sostenían y comenzamos a andar solos, ... la voz llega cuando llegamos encontrarnos en lo que escribimos.
¿Por qué el miedo -entonces- a escribir? el miedo surge en primer lugar, a no hacer algo digno, como si un mal verso dañase aquel ideal poético en que se piensa cuando se escribe. Se lee lo propio, se vuelve la vista al modelo, se vuelve a leer lo propio... y la conciencia del error constante merma las fuerzas; pero hay que seguir intentándolo, hay que seguir en la búsqueda de ese "yo poético" que da libertad porque supone la plenitud de encontrarse a uno mismo. Y, en última instancia, el miedo a la legitimación como poeta; escribir no es sólo un aspecto formal, sino que es una aceptación de un yo poético que obliga a reconfigurar la conciencia por completo. Hay que aceptarse, hay que asumir que -y esto es difícil- para el que escribe poesía –simplificando mucho-, la luna ya no será simple luna, ni el viento, simple viento, ... todo se percibe de una forma más intensa, desde una especie de reverso del mundo donde todo se colma de significados, de lirismo en definitiva... una visión que oprime el pecho y la garganta y pide salir, a gritos a veces... el corazón lo filtra, y la mano escribe. Una vez escrito, encontrarse frente a frente con aquello que se siente, con una intimidad y hondura a veces arrolladoras, requiere de una firmeza de espíritu grande; eso, a veces, agota las fuerzas. Pero la lucha del poeta no termina en sí mismo, sino que va más allá; la poesía es escritura, y, como tal, necesita unos ojos que la lean, que la hagan suya -esa es la gloria del poeta-. Y no siempre existe esa legitimación por parte del resto. La comprensión, la aceptación de lo que se escribe es variable, dependiente de mil factores y condiciones, caprichosa, crítica,... y hay que saber recibir las consecuencias no siempre favorables de lanzar un escrito al abismo de la recepción. 
Por último, está el lugar del poeta entre el resto; lo más difícil y doloroso. Se escribe, sí, pero escribir es abrirse por completo a que cualquiera indague en los recodos del alma, dejando a la vista las cimas y las miserias de la misma. Existe al respecto la pregunta de si de verdad se siente como se escribe, de la sinceridad en el verso. En cierto modo, por mucho que se intenten difuminar, los sentimientos, la necesidad de expresarlos está en el germen de cualquier poema, porque subyace la voz poética, que es sincera e inevitable seña de identidad de quien escribe.
… Y la soledad, esa soledad sentida quizá desde antes de la toma de conciencia del don de la escritura; una soledad proveniente de saberse distinto en la percepción del mundo; de saberse ajeno a la forma cotidiana de sentir las cosas… de la constatación de que es complejo encontrar a otros que comprendan, que respeten esa intensidad en el vivir de cada instante; una soledad peligrosa porque dobla las rodillas en el caminar por esta vocación tan hermosa, pero tan complicada. Posiblemente, en momentos de desánimo, sea mejor evitar estas reflexiones y recordar a nuestro querido y admirado Unamuno y dejar que la locura entendida como apasionamiento por unos ideales, nos invada: “ […] No se entiende aquí ya ni la locura […] Creo que se puede intentar [...] ir a rescatar el sepulcro del Caballero de la Locura del poder de los hidalgos de la Razón". (Miguel de Unamuno, “El sepulcro de don Quijote”, prólogo a Vida de don Quijote y Sancho). De ello puede surgir -aunque humilde- alguna luz: "Don Quijote abandona su armadura"

Sirvan estas reflexiones como contribución –humilde, pero contribución al fin- a mantener a la poesía en lugar que le corresponde. Por eso, “¿…Poesía? … Yo invito” Nosotros invitamos.

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